miércoles, 16 de noviembre de 2016

VAMOS, VAMOS, VAMOS QUE ME LO SACAN DE LAS MANOS




La María Pedraza se ganó el quini seis.
Nos enteramos porque la María Solís, naturalmente, nos vino a exigir unos mates a cambio de unas cuantas actualizaciones de noticias barriales. No era conmigo la cosa, era con mi mamá. Y como estaba mi tía Ester cuando la otra abrió la boca se sabe, está garantizado, que en dos días es de conocimiento departamental.
Yo iba pasando por el comedor y tuve que frenar para darles un beso a cada una. Venía de afuera, de andar por ahí y me urgía usar el baño. Nobleza obliga, saludé a cada señora y cuando me estaba yendo por el pasillo, mis orejas alcanzaron a pellizcar el evangelio de la chismosa.
Se sacó el quini seis.
¡Nah! ¿La María Pedraza?
Levaba como "veintiaño" jugandolo y nunca se sacó nada. Lo que es la fé, ¿no?
Silencio prudente.
Mi mamá había puesto en la mesa lo que tenía para acompañar el mate, como siempre, siempre se pone lo que se tiene, venga quien venga. Salvo aquel día que hacían cuarenta y dos grados y, viendo que llegaban visitas, rápidamente la vieja nos prohibió a mi y a mis hermanos mencionar si quiera el balde de helado que yacía en el freezer. El helado no se convida, es la ley, ahí uno tiene que hacerse el boludo.
Así que lo que había eran galletitas de agua con un frasco de mermelada a medio comer. Mermelada de damascos, la más fea de todas. Pero, para la ocasión servía. Porque mi mamá, no sabiendo que decir tras la noticia de la nueva rica se hincó una y después otra galleta con el dulce untado.
Mi tía ester estaba concentrada en el repasador.
Che, María, ¿y de la hija del Carlos Meli no sabés nada?
No. No me enterado de nada.
¿Qué queré vo, ah? La María Pedraza.
Parecía que mi tía quería decir algo pero lo reprimió muy bien. Yo lo vi todo desde el pasillo. Hasta que la vejiga no me aguantó más y tuve que ausentarme.
Ya dentro del baño, habiendo orinado,  me distraje con el espejo y me puse a verme unos granitos en la frente y no se qué. Las señoras no se escuchaban en su charla. Tuve un presentimiento.
Supuestamente la afortunada ganadora de la lotería vivía a unas seis o siete cuadras yendo como para el barrio del fondo, el "Casas del Pedemonte" y este acontecimiento había tenido lugar el miércoles pasado, por lo que probablemente, estaría ya en su casa, siendo las doce menos veinte de la mañana, a punto de poner una sartén al fuego para freír.
Salí del baño y mis sospechas fueron confirmadas. Las tres mujeres ya no estaban en la casa.
Salí rápidamente y troté las dos cuadras previas a la calle por la que se va derecho a lo de la Pedraza.
Allá lejos vi las tres formas que dibujaban mi mamá, mi tía y la vecina. Las alcancé, iban a paso de señora robaplantas.
Vamos a saludar a la María, a felicitarla.
Algo muy falso envolvía esas palabras, pero tenían las caras serenas, alegres, listas para tirarle la mejor onda a la otra.
Nos reunimos con seis o siete mujeres más que estaban ya apostadas en la vereda de la casa. Todas de brazos cruzados charlando, sonriendo, comentando sobre los años que cada una llevaba jugando al quini seis.
Estaba todo cerrado, hasta las cortinas.
Esperamos un rato largo y nada pasó.
Todas nos callábamos para ver si salía algún sonido de adentro. Pero no.
A lo mejor no hay nadie.
¿Aquella no es la camioneta del marido?
Sí.
Todas vimos como la camioneta, una cuadra antes, dobló para la izquierda. Nos vieron y se asustaron.
¡Qué chotas son las viejas! ¿Qué se habrá pensado, que veníamos a envidiarle la suerte?
Mire, mijito, había dicho una vez mi tía, usted sonría, sonría, sonría y siempre diga "bien, re bien, ¿y vos?"



No hay comentarios:

Publicar un comentario