martes, 15 de noviembre de 2016

LA REINA DE LA VENDIMIA


Menos mal que ha regresado el calor, el invierno no me gusta. Es que siempre he preferido la desnudez, me gusta que el vientito me toque la piel, me gustan las musculosas, me gusta la chancleta.
Tengo diez, los cumplí el mes pasado.
Ahora en un rato viene mi tío Mario y nos vamos todos a comer unos sánguches al parque, con mis primos, con gaseosa. Mi mamá hace panchos de salchicha cruda porque sabe que en un tiempo más las salchichas van a ser malas hasta hervidas.
Salimos. Con los chicos vamos atrás en la camioneta, de cara al viento, imaginando que somos reinas de la vendimia en un carro que va muy al palo porque el desfile es largo, entonces con una mano nos agarramos al caño y con la otra lavamos el aire saludando, dedicando besitos, tirando uvas invisibles a un público invisible. Caro se está riendo, me dice "nena".
Carolina es la más chica, tiene seis.
Llegamos.
Los columpios están desocupados, por suerte, siempre es nuestra prioridad.
Hay algo en ese lugar, algo que no sé qué es, pero que lo siento. Un peligro. Nunca estoy del todo cómodo jugando ahí. Pero voy igual, con los chicos.
¿Qué vamos a hacer hoy?
¡Mancha!
Y nos ponemos los cinco a jugar a la mancha. La Carolina se cae, el Matias siempre la molesta, se le ríe, el Franco parece querer hacer alguna maldad de niño, me mira de a ratos como para decirme algo, el Fede corre, es bueno, no molesta y yo, yo quisiera seguir en la camioneta y ser para siempre la reina de la vendimia que tira uvas láser y tiene un vestido hecho de fuego y agua.
¿Seré siempre el que cree que al mundo le falta poder? ¿Que a los otros niños les falta querer tener poderes?
En algún momento nos cansamos, se rompe el encanto del juego y nos llaman a comer un sanguchito.
Después de eso nos vamos con el Fran al tobogán, como siempre, a esperar que nos vuelva a dar ganas de jugar.
El tobogán parece una torre de fantasía y cuando estoy arriba siento que es una casa, una fortaleza, y ya el peligro se transforma en otra sensación. Una más profunda, más honda, mas mística. Se transforma en un placer material, en un placer fisiológico. Ahí arriba el vientito me toca la piel. Me saco las chancletas y me quedo sentado en lo alto con el Fran.
¿Vos vas a fumar cuando seas grande?
No, vos estas loco, Franco. ¿Vos?
Sí. Mirá, le saqué un cigarrillo a tu papá.
Me quedo mirando hacia donde están los grandes. Están en la de ellos.
Podemos hacer cosas secretas. Como esas cosas que vos sabes que son secretas.
También tiene un encendedor, se lo trajo de la cocina.
Prende el pucho, que es Camel. Me agarra la mano y entrelaza sus dedos con los míos. Fuma haciéndose el canchero y me lo pasa a mí.
Yo fumo. Por supuesto no sabemos fumar, así que no lo llevamos a pecho. Pero ya eso, eso que estamos haciendo en nuestro refugio de fantasía, con las manos agarradas, con el vientito del verano en la piel desnuda, ya eso es poder.
Nos da asco el sabor. Nos perseguimos con los grandes que siguen en la de ellos. Vienen los otros tres.
Son nenas, dice la Caro, se están agarrando las manos. Se están dando un beso, dice el Matias.
Bajamos por el tobogán y corremos lo más rápido posible al bebedero, a ver si el agua nos lava el olor a pucho.
Imagino que esto nunca pasó.
Nos acusan de habernos dado un beso, eso parece ser lo grave. Menos mal que ignoran lo del pucho.
El tema no se habla, los grandes evitan mirarse a los ojos. Retoman la conversación anterior y así siguen hasta que nos subimos a la camioneta para volvernos.

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